Por Jaro Adrianzén
El calor humano escasea en la Ucrania de posguerra y futurista de “Atlantis”. Hace falta rastrearlo con una cámara infrarroja, como la que registra la escena inicial. El entorno es gris, frío y de metal. Valentyn Vasyanovych lo capta en tomas largas y estáticas, donde el punto de atención del encuadre está siempre complementado por escenarios desolados, por tierra encharcada o edificios destruidos.
En ese contexto, Sergey (Andriy Rymaruk), un exsoldado, lucha por darle sentido a su vida después de la guerra. Busca normalidad entre los escombros -la escena en la que se baña en los restos de una excavadora es elocuente-, traslada agua mientras conduce entre minas desactivadas y recoge los cuerpos de aquellos que, años antes, tuvieron que dejar atrás. El pasaje de la necropsia a un cuerpo descompuesto resume bien el sentimiento del filme: el hombre, como especie, destruido frente a los embates de una guerra de la que ya nadie puede salir.